La angustia es un estado afectivo que causa malestar, con una sintomatología muy marcada de sensación de sofoco, ahogo, creencia de peligro inminente físico o psíquico que nada tienen que ver con la realidad, provocando sufrimiento
mental y pesadumbre. Se vincula por tanto, con un miedo anticipatorio generando un estado psicológico displacentero con síntomas físicos.
En el trastorno de angustia se suelen dar tres cogniciones típicas: las vinculadas con las catástrofes físicas, es decir en relación con una enfermedad grave o muerte; la pérdida de control y el temor social. Estos pensamientos
persistentes e intrusivos provocan desorientación vital, incertidumbre y falta de control lo que motiva la sensación de un peligro impreciso o una expectativa frustrada.
En definitiva, la imprevisibilidad desemboca
en desesperación ante situaciones “difíciles” para la persona ya sean vinculadas con temas sentimentales, laborales, escolares, de salud o simplemente con pensamientos irracionales.
Preocupaciones y rumiaciones
constantes, suelen desembocar en que nos planteemos lo peor y tengamos síntomas de angustia, es decir, dificultades para conciliar el sueño, nos desesperemos, y evitemos situaciones de las que sentimos pavor pues sentimos sofocos,
aumento de la sudoración, sequedad bucal, falta de aire, ahogo, asfixia, opresión en el pecho, temblores, escalofríos, órganos entumecidos, palpitaciones, aumento de la frecuencia cardíaca, tensión muscular que hace que nos
mareemos, sintamos náusea o tengamos molestias abdominales. Este abanico de síntomas hace que la persona sufra un estado de angustia generalizada que sienta que no es ella, que lo que vive no es real y tenga miedo a “no controlar”
y “volverse loco” o incluso tema morirse ante esta aparición repentina y episódica de malestar intenso, con un pico máximo en los primeros 10 minutos.

El trastorno de angustia acostumbra a tener un curso crónico, aunque de intensidad oscilante, por ello es de vital importancia consultar al psicoterapeuta, dado que los impedimentos para desarrollar tareas cotidianas
ante el fantasma de la repetición de las crisis, sus implicaciones o sus consecuencias, sentir que uno pierde el control, sufre un infarto de miocardio, o siente que pierde el norte, genera cambio significativos en la
conducta, desmoraliza a la persona y la
incapacita para vivir una vida plena.
Del mismo modo, es fundamental consultar a un especialista de la salud que estime si las crisis de angustia se deben a efectos fisiológicos directos de una sustancia como drogas o fármacos o bien a una enfermedad médica, tal como
el hipertiroidismo. Ciertos oscilaciones de neuroquímicos como la adrenalina o el GABA motivan la angustia, al igual que una cierta predisposición genética. Por su parte, el psicólogo valorará si las crisis de angustia son
consecuencia de otra patología como una fobia social o específica, un trastorno obsesivo-compulsivo o bien un trastorno por estrés o por ansiedad de separación. Del mismo modo, estudiará si se trata de ansiedad o/y angustia,
términos que hoy día tienen unos límites difusos. De hecho, la crisis de ansiedad se conoce también como trastorno de pánico o trastorno de angustia. Cada caso es diferente y por ello debe tratarse a nivel individual con el
psicoterapeuta para que estime factores biológicos, psicológicos y ambientales para que en definitiva, nos ayude a atajar el sufrimiento.
Con respecto al tratamiento de la angustia, el psicólogo ayudará a encontrar las causas ocultas de estas preocupaciones, sacando a la luz nuestros miedos. En todo el proceso irá enseñando herramientas que
faciliten la relajación y un nuevo enfoque vital en la que la aceptación y el compromiso del sujeto será fundamental, adquiriendo habilidades de afrontamiento y de resolución de problemas óptimas, manejando autoafirmaciones
y estrategias de autodiálogo.
El psicólogo nos ayudará a detener nuestros pensamientos deslavazados y persistentes, cuestionándolos y planteándonos ¿por qué tendría que pasarme algo malo? ¿qué es lo peor que
me podría pasar y las repercusiones que tendría?.
Se trata de echar un vistazo a nuestra vida, plantearnos dónde estamos, cuál ha sido nuestra trayectoria vital y a dónde queremos llegar.
Es un trabajo personal
con acompañamiento terapéutico en la que la finalidad es buscar la felicidad, la energía y el goce, resurgiendo, adaptándose e incluso reinventándose. Debemos
aprender a afrontar, a superar nuestros miedos, vencerlos,
superarlos, ganándole la partida a la angustia y en definitiva, vivir.