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Al hablar de estrés un escalofrío recorre nuestro cuerpo, nos viene a la mente apelativos negativos, agobio y un abanico de situaciones espeluznantes. No obstante, el estrés no tendría que darnos siempre mal rollo. Ante la pregunta
a qué se debe el estrés la respuesta es que no es más que una reacción fisiológica, antropológicamente adaptativa así que es bueno que el organismo se active ante una situación amenazante igual que se ponía en alerta el cuerpo
de nuestros ancestros al sentir la amenaza de una fiera. Por tanto, por paradójico que nos parezca, existe un tipo de estrés que resulta “bueno” conocido con el nombre de estrés. El estrés es una estimulación positiva, una
especie de empujón que nos azuza a superar todo obstáculo consiguiendo nuestro objetivo. Gracias al estrés ganamos en conciencia, concentración, conocimientos y creatividad, es decir la ración justa de estrés, la presión justa
ha resultado beneficiosa revirtiendo positivamente en nuestra salud y felicidad.
El problema viene cuando tenemos una sociedad que vive a contrarreloj para alcanzar sus exigencias, excitada, ansiosa, preocupada, saturada en definitiva de estrés negativo. ¿A qué se debe el estrés? El estrés es un sentimiento
de tensión física o emocional procedente de una situación o pensamiento. Factores estresantes hay múltiples y variados pues dependen de cada persona, no obstante todos se caracterizan por su carácter demandante o/y desafiante.
Causas del estrés pueden ser un despido, la jubilación, los problemas económicos, una mudanza, problemas familiares, casarse, divorciarse, tener un bebé, enfermedad o fallecimiento son los más comunes. El estrés no es
más que una interpretación subjetiva que surge de la evaluación que efectuamos de una situación con la que estamos fuertemente comprometidos. La impotencia que sentimos ante nuestra capacidad de respuesta y nuestra falta de
control son las que desatan un ataque de estrés. El estrés debe combatirse desde el primer momento solicitando ayuda al psicoterapeuta dado que existe el peligro de auto medicarnos, obviarlo o convivir con él llegándonos a
acostumbrar y eso podría acarrear otras patologías como depresión, trastornos cardiovasculares o endocrinos, diabetes, cáncer, irregularidades menstruales, problemas cutáneos como acné o eczema o daños oxidativos incluso a
nivel de ADN y ARN.
Al sufrir estrés estamos más apáticos, torpes, con migrañas constantes, irritables, nos sentimos más lentos, faltos de memoria, con problemas de concentración, cometemos más errores y nos sentimos agotados mental y físicamente
lo que hace aumentar el nivel de absentismo, así como aumentar los riesgos de depresión o ansiedad cronificadas. Un estrés continuado, no puntual, durante 6 meses o más puede desembocar en angustia generando un trastorno generalizado
de ansiedad, así pues la ansiedad no es más que un estrés continuo tras la desaparición del factor estresante. Entre los indicios físicos más comunes del estrés se encuentran la tensión muscular, la rigidez en cuello o mandíbula,
los dolores corporales, el dolor de cabeza, la inquietud, los problemas para conciliar el sueño o dormir demasiado, las ganas frecuentes de orinar, la diarrea o el estreñimiento, la oscilación de la frecuencia respiratoria,
el pulso elevado, el sudor de manos, manos y pies fríos, la sequedad bucal, los cambios de apetito, los problemas sexuales, la falta de energía o la fatiga. Estos síntomas físicos, psicológicos y sociales deben tenerse en consideración
para ponernos en manos de un profesional de la salud.
Conforme los datos del I.N.S., 6 de cada 10 españoles sufre estrés laboral y únicamente nos estamos refiriendo al ámbito profesional. El volumen de trabajo, las exigencias laborales, las entregas en los plazos establecidos, la
precariedad laboral, las expectativas desmesuradas, los cambios de turnos, la presión, el control, la hostilidad, la apatía, el disgusto y/o los vetos de expresión del malestar laboral son el caldo de cultivo del estrés laboral.
Nos frustramos, nos enervamos, nos enfurecemos, nos ponemos nerviosos, nos tensamos, nos ponemos ansiosos, es decir, nos estresamos. Las personas que padecen estrés laboral fallecen más jóvenes y sufren más patologías que aquéllas
que micro gestionan su trabajo contando con una mayor libertad de acción pudiendo marcar sus objetivos y gozando de una mayor flexibilidad y un mejor estado de salud. Existe una estrecha conexión entre cerebro y corazón de
tal modo que nuestra concepción cognitiva de estresarnos acarrea riesgo cardiovascular y cerebrovascular. La amígdala, es decir la zona cerebral que procesa las emociones incrementa la actividad del sistema inmune, es
decir acrecienta la formación del tejido formador de células sanguíneas de la médula ósea y del bazo e inflama las arterias desembocando en problemas cardiovasculares, ataques cardíacos o apoplejías. Por todos estos motivos
es fundamental prestar atención a las señales de alerta que nos envía nuestro organismo y pedir ayuda profesional.
¿Qué hacer para detener un ataque de estrés? Se debe reevaluar la situación para llegar a manejarla y por ende cambiarla y dar muerte al estrés. El primer paso es modificar la forma de pensar, sentir y actuar. Se debe limitar
el caos, calmar nuestra mente y centrarnos en el aquí y el ahora. Dedicarse un tiempo yendo a terapia es el punto de partida para detenerse y escucharse a uno mismo. Ante la vorágine de estímulos no tenemos tiempo para oír
lo que resuena en nuestro interior. El psicoterapeuta nos guiara en nuestra cruzada, ayudándonos a generar un estado de tranquilidad y calma que repercutirán en nuestro buen humor. Nos ayudará a centrarnos a concentrarnos en
nuestra respiración a no tener miedo a enfrentarnos al vacío que se siente al vernos impotentes ante la situación que nos sobrepasa. La meditación guiada, el mindfulnes etc mitigará los biomarcadores que responden al estrés.
El psicólogo nos dará herramientas para regular el estrés. Enseñándonos a priorizar, a ser asertivo, a tener una higiene del sueño, a descansar y desconectar del mundo virtual, teléfono, Tablet y ordenador. El terapeuta puede
enseñarnos a afrontar la vida con una actitud positiva y controlar nuestras emociones. Planteándonos objetivos tangibles, reales y a corto plazo. De igual modo, el terapeuta nos ayudará en nuestro camino a sacar a la luz aquellas
actividades que nos generan diversión. Actividades estas fundamentales, dado que mitigan el estrés al reducir el sistema nervioso, el ritmo cardiaco, funcionando orgánicamente mejor y revirtiendo positivamente a nivel físico,
psíquico y actitudinal. Por esta causa, se recomienda practicar deporte o practicar sexo. Oxigenamos el organismo, fortalecemos el sistema cardiovascular, ejercitamos el corazón, descargamos energía y evaporamos preocupaciones,
fomentamos la creatividad y reducimos el cortisol y liberamos endorfinas, las hormonas responsables de la felicidad, del bienestar.
Muchas personas me preguntan por algo para el estrés y en la nutrición tienen otro factor clave: debemos estabilizar los niveles de glucosa comiendo con frecuencia consiguiendo así mejorar la función cerebral. Evitar el exceso
de azúcar y grasa que provocan una sensación de cansancio y pesadez. El consumo diario de frutas y verduras frena el estrés. Existe una serie de alimentos combativos contra el estrés, existiendo una evidencia fisiológica objetiva
de su eficacia. El magnesio relaja el sistema nervioso y evita dolores de cabeza cuando estamos estresados. Disminuye la fatiga y el estrés al igual que los antioxidantes que además aumentan la concentración. Por su parte,
el triptófano y los hidratos de carbono promueven el flujo de serotonina, hormona del bienestar que ayuda a relajar. Las grasas monoinsaturdas regulan la presión arterial. En cuanto a las vitaminas, la vitamina B es fundamental
en la producción de energía y de glóbulos rojos. Ayuda a los neurotransmisores del cerebro mejorando el estado anímico. La vitamina C y E, reducen el estrés oxidativo, vinculado con enfermedades cardiovasculares. El agua drena
el cuerpo y lo desintoxica, hace que rinda el cerebro, tener energía y sentirse más liviano.
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